El Modernismo como movimiento artístico representaba la libertad, la posibilidad de desarrollar cualquier forma, en contraste con el academicismo anterior. La escultura no fue una excepción.
En realidad, al tratar de la escultura modernista, no necesariamente ha de hacerse al margen de la arquitectura, ya que es muy frecuente encontrarla integrada en los edificios como un arte decorativo. Aunque esto no es exclusivo de la arquitectura modernista, si es nuevo el grado de implicación. Muchos escultores colaborarán con los arquitectos, algunos de forma anónima, como los que trabajaron con Gaudí en la decoración de la puerta del Nacimiento de la Sagrada Familia de Barcelona.
También habrá escultores que desarrollen su actividad de forma independiente, libres de los compromisos arquitectónicos. La escultura modernista es marcadamente sensual, mezcla realismo y simbolismo, pretende trascender la anécdota que el naturalismo había puesto en primer plano, y por ello, mirará hacia el simbolismo.
La eclosión de la escultura modernista se produce con Josep Llimona, Miquel Blay, Enric Clarasó y Eusebi Arnau, todos ellos influidos por Auguste Rodin, cuyo simbolismo se manifestó a través de la figura femenina de un marcado idealismo, capaz de despertar un sentimiento o una emoción.
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